sábado, 6 de marzo de 2010

Reflexiones sobre la lectura (III)

La literatura como fascinación.

Al hilo de lo escrito anteriormente en referencia al laboratorio de Amigos, secretos, besos y miedo de que hay que conseguir que los jóvenes lean porque la lectura les llegue a apasionar, Gustavo Martín Garzo, en su ponencia titulada “La literatura como fascinación”, nos da las claves para comprender ese deseo y ese placer que se encuentra en los libros infantiles y juveniles, cómo se experimenta el deseo de encontrar tesoros que tienen los niños más pequeños, cuando te sumerges en el maravilloso mundo de los libros.

Lamentablemente en este texto tampoco nos da instrucciones para conseguirlo, simplemente (y no es poco) nos muestra esos caminos inexplorados hacia los que avanzamos al leer y que tanto se asemejan con el mundo que imaginan los más pequeños, cuando juegan, inventan, imaginan…

El deseo de contar historias y la propia necesidad de hacerlo por parte de los escritores, de las madres o de los educadores, por el mero hecho de sentir como la historia que se cuenta penetra en el niño y podemos percibir como da rienda suelta a la imaginación, es lo que el denomina la propia fascinación de la lectura y es eso, como decía unos párrafos más arriba, lo que se ha de tratar de conseguir con los lectores juveniles.

Despertar su deseo de seguir explorando, de curiosear, de ver otros mundos, de sentir sus emociones, de contemplar otras vidas y hacerles entender que no deben aprender nada con ello (todo lo que aprendan les acompañará toda su vida), sino que solamente tienen que disfrutarlo, sentirlo, vivirlo. Se debe intentar conseguir que esta actitud les acompañe cuando caiga en sus manos un libro, cuando alguien mencione un título o cuando se estudie una obra en clase. Cualquiera que sea aquello que se trate, en los diferentes contextos, tiene que hacer despertar su curiosidad, sus ganas de ir más allá a buscar qué a movido a ese personaje a hacer lo que dicen que ha hecho o por qué ha pasado aquello que nadie esperaba que sucediera…

Aunque no parece estar muy de acuerdo el escritor Gustavo Martín Garzo, me siento en la obligación, para concluir con la reflexión, de mostrar otro forma de fascinación que nos encontramos en la lectura: la capacidad de vivir otras vidas, o dicho de otra manera, la capacidad de empatizar en situaciones que ni de lejos podríamos experimentar en primera persona. La lectura nos abre esa puerta a un mundo diferente, lejano, extraño para nosotros, y a través de ella, como si se tratara de un salvoconducto nos permite entre otras muchas cosas (viajar y conocer un paisaje exótico), sentir unos sentimientos que no nos pertenecen.

En este sentido, los lectores somos usurpadores. Perdemos el miedo a lo ajeno y arrasamos con ello, nos lo llevamos a nuestro terreno.
Cierto es que el cine también nos ofrece esta posibilidad, pero he de mostrar el matiz que los diferencia. Así como en la pantalla nos muestran a un actor con sus rasgos físicos, con su método interpretativo y sobre un decorado elegido por un equipo de dirección artística, en las páginas de un libro somos los lectores quienes tenemos la última palabra en decidir cómo es lo que leemos. A todos nos ha pasado alguna vez que tras leer un libro hemos visto la película y nos ha decepcionado. En parte, aunque siempre o casi siempre una película pierda la esencia del texto, es porque los personajes no son ni por asomo a cómo nosotros nos los habíamos imaginado, y de la misma manera, el chasco sería igual para otros lectores si fuésemos nosotros mismos quienes nos encargáramos del cásting de la película. Cada lector representa en su cabeza y con un imaginario distinto lo que le transmiten los textos. No hay dos Ana Ozores igual ni aunque todos tengamos en la cabeza el cándido rostro de Aitana Sánchez-Gijón.

Reflexiones sobre la lectura (II)

Amigos, Secretos, Besos y Miedo. O cómo seleccionar lecturas para el público juvenil.

Parece ser que en un intento de clasificar todo aquello que nos rodea, ya que el ser humano tiene especial interés en realizar esta actividad en todos los ámbitos de su vida, la literatura no se queda fuera de dicho cometido y necesita de esas clasificaciones, tan útiles para los bibliotecarios, para servir de instrumento y herramienta básica en la difícil tarea de seleccionar obras para el más difícil de los públicos: el juvenil.

Me refiero al público juvenil como un segmento difícil ya que es evidente que es en esa etapa cuando podemos ganar o perder lectores. Los niños pequeños, cuando aún ni siquiera saben leer, ya demandan la lectura de cuentos y casi siempre (pese a que tengan sus favoritos que tienen que ser leídos día tras día por los cansados padres), les vale cualquiera. No demandan una selección de textos acorde a sus gustos ya que les gusta que les cuenten historias, sean cuales sean, de temas diversos, mejor o peor elaboradas, etc.

Con los lectores adultos tampoco hay problema alguno. Leerán en la medida de sus gustos, intereses y apetencias sin que nadie tenga que empujarles a ello, y a veces, puede que se dejen aconsejar por el librero o bibliotecario de turno o incluso por un amigo o por una reseña de un periodista en la prensa.

Desgraciadamente con el público juvenil no tenemos esa suerte y es por ello por lo que se intenta de todas las formas posibles atrapar a los chavales con el fin de que se enganchen a la lectura.

Para conseguir este ansiado fin, la autora del laboratorio, Villar Arellano, pretende que el profesor o bibliotecario clasifique los libros de acuerdo con lo que se han definido como gustos o focos de interés de los jóvenes: amigos, secretos, besos y miedo y a partir de éstos, trazar un itinerario de lecturas que realmente les puedan gustar y que les sirvan de puente o enlace hacia otras distintas, intentando que los chicos queden atrapados en la espectacular tela de araña de la lectura.

Este método puede resultar bastante eficiente pero también puede traer algún que otro problema a los profesores de literatura y es que los chavales, motivados únicamente con aquello que les seduce, pueden dejar de leer otros tipo de textos, menos atractivos para ellos y que son necesarios para su formación académica.

Quizás, si pudiéramos hacerles divertidas estas lecturas “clásicas” lograríamos que los jóvenes no vieran la literatura como algo aburrido y obsoleto, pero para ello hay que buscar la fórmula secreta de esa codiciada receta.

Claro está que el chico que ama la lectura, aunque en su etapa adolescente pueda parecerle tedioso leer La Regenta, Pedro Páramo o Veinte poemas de amor y una canción desesperada, cuando sea mayor es muy probable que vuelva a recurrir a esas lecturas que en su momento quizás le quedaran grandes bien por su madurez o simplemente por el número de páginas de las mismas, y seguro que ese adolescente, también disfrute con otras tantas lecturas obligatorias quizás de contenido más ameno, divertido o atrayente como Crónica de una muerte anunciada, El sombrero de tres picos o Luces de Bohemia.
Pero en este caso, no es este chico el que nos preocupa, sino el desinteresado totalmente por la literatura y por los libros, y es a éste al que tenemos que convencer, persuadir y animar.

Los itinerarios son una buena opción, creados para ir tirando del hilo y consiguiendo pasar de una lectura a otra, sin apenas esfuerzo, ya que si se trata de itinerarios bien trazados, el lector irá demandando el texto siguiente aún sin darse cuenta.

Empezar por amigos, secretos, besos y miedo puede ser una muy buena opción, ya que al ser una clasificación tan global, puede abarcar mucha literatura, por no decir casi toda. La destreza del que enseña, su conocimiento sobre el mundo de las letras y el deseo de conseguir buenos resultados serán los elementos encargados de conseguir el resto.