viernes, 11 de septiembre de 2009

Edipo. Una trilogía.

Un escenario de unos quinientos metros cuadrados podía haber dado más de sí para interpretar estos clásicos de Sófocles, si hubiera sido el mismo Sófocles quien hubiera realizado su versión de estas tres tragedias veintiséis siglos después. Quizás con un coro de quince personas en la orquestra, los tres actores que él mismo introdujo a las representaciones y la escenografía y los decorados elaborados por él, se hubiera conseguido una representación menos efectista y más acorde a lo que de un clásico puedes esperar.

La representación, de dos horas y media, en la que se versionan las tres tragedias de Sófocles cuyo protagonista es el héroe clásico Edipo, se concibe como una trilogía a la manera de Georges Lavaudant, en la que a partir de Edipo Rey, Edipo en Colono y Antígona se cuenta el mito de Edipo, sus circunstancias y sus desgraciada consecuencias que le conducen a su ya conocido funesto destino.

El texto de “Edipo. Una Trilogía” es un texto denso y bastante fidedigno en las partes que se han tomado de las tragedias versionadas, sin embargo, se han introducido algunos giros del habla cotidiana, quizás con el fin de ser más inteligible para el espectador del siglo XXI que no ha leído a Sófocles y, por qué no, para hacer más amenos los diálogos y monólogos, interminables algunos.
En cualquier caso, se han acortado partes muy relevantes de la tragedia por falta de tiempo y para que la historia tenga un ritmo más rápido. En la parte final de la obra, parte que ocupa la versión de Antígona, se ha cambiado el texto original ya que Hemón, hijo de Creonte y Eurídice, no es el marido de Antígona, sino su pretendiente.

En la representación en sí, si que se han mantenido características típicas de la tragedia griega como por ejemplo, varios actores interpretan varios personajes (aunque el elenco es de bastantes más que de tres actores), hay personajes que están en escena y no dicen una palabra y las partes más trágicas son narradas por personajes para que el espectador no las vea con sus propios ojos. En este punto, cabe señalar que no son mensajeros quienes nos las cuentan, sino personajes con cierta relevancia, como Ismene o Polínices, hijos ambos de Edipo.

La escenografía es quizás lo más innovador en esta obra teatral. Siempre hay un escenario, con una pantalla y, en momentos puntuales, sobre ésta, se proyectan imágenes que nada tienen que ver con la historia y que dan un toque de anacronismo constante con lo que en el texto nos relatan (de esta manera, mientras que Edipo está ocupado con su resis, maldiciendo al asesino de Layo, en la pantalla aparece una ciudad con edificios devastados y en ruinas y perros muertos entre los escombros, o más avanzada la historia, una taza de café en un primer plano y también coches y mapas de ciudades aparecen sobre el improvisado altar que a veces hace de altar y otras de Palacio y no deja de ser el escenario que hay dentro del propio escenario).

Con pequeñas variaciones en la escenografía es como llega a conseguirse el espacio múltiple de la obra: diferentes habitáculos, diferentes ciudades y diferentes tiempos, que son conseguidos con pequeños cambios en la utilería, a veces, excesivamente moderna para la época, ya que en la parte final de la obra, pueden verse aparatos tales como teléfonos, televisores, lámparas y máquinas de coser.

Son los espacios que originan las variaciones en el tiempo cronológico de la obra, los que dan a la representación los distintos niveles del tiempo tal y como contempla G. Barrientos en su obra “Cómo comentar una obra de teatro”; por un lado tenemos el tiempo patente o escenificado, por otro el latente que transcurre durante la obra sin que podamos verlo, como la guerra que se produce entre los dos hermanos hijos de Edipo, y el ausente, que en Edipo se materializa cuando los personajes narran los hechos fatales que ocurren fuera del campo visual del espectador.

Si mencionamos a las dimensiones del teatro, en cuanto al espacio se refiere, podemos encontrarnos con la ruptura de la separación entre el espacio escénico, el dramático y el espacio de la sala, con actores que interpretan fuera del escenario e incluso podemos decir que llegan a romper la cuarta pared, dirigiéndose a los espectadores en sus largos monólogos y solicitando la opinión, la súplica o el perdón de los espectadores que observamos impasibles, su drama. El drama o mejor dicho, tragedia de toda una saga familiar, que pese a los años, directores y actores que la han hecho suya, aún sigue llegando al espectador, consiguiendo de él su propia catarsis, ya tenga ésta la intención de mitigar o entender el dolor, comprenderlo o simplemente, mirarlo y admirarlo con cierta distancia y pensar para uno mismo…que es una muy buena obra de teatro.